Monstruos de secano
Monstruos de secano
Solo un cuerpo.
A eso nos reducimos. Carne, vísceras, huesos y sangre que se espesa con la falta de latidos.
Una casualidad cósmica tan simple como complicada, una carambola débil que aterra. Supongo que por ese motivo evitamos pensarlo, no deseamos vivir abrumados por nuestra propia fragilidad.
Yo no lo había hecho jamás… Lo de plantearme en serio mi fin, digo. Hasta hoy. Ahora no me queda otra que aceptar que ha llegado.
Es curioso, aquí tirada he descubierto que morir no me perturba demasiado. Supuse que estaría asustada, pero lo único que acumulo es curiosidad. A pesar de ello, reconozco que me da rabia, no por perderme lo que podría haber sido una vida estupenda, sino porque ese despojo se salga con la suya.
Debo ahorrar fuerzas, la ira me las roba, y bastante tengo con seguir respirando.
Porque hasta coger aire duele.
Saboreo las notas metálicas de la sangre subiendo por mi garganta mientras mil aguijones me atraviesan el pecho con cada bocanada. Creo recordar que fue en una serie de médicos donde aprendí que, en casos como el mío, los pulmones no se llenan de oxígeno, sino de líquidos que los encharcan. La molestia estropea un momento que debería ser de calma absoluta. Pero, por su culpa, yo tengo que soportar el trance ahogándome en mis propios fluidos, que no son lo único que empapa las baldosas. Me ha arrojado sobre un charco enorme de agua helada y putrefacta. Es irritante saber que voy a morir rodeada de inmundicia, eso nunca entró en mis planes. Ni que un loco decidiese matarme.
Eso tampoco.
Lo veo por el rabillo del ojo, está cerca de la pared del fondo de la habitación y me da la espalda. Se mueve en silencio, anticipando en su mente enferma lo que habrá ideado como siguiente tormento. El odio hacia el que va a arrebatármelo todo me ciega, o puede que sea la penumbra que me envuelve. Aunque ya da igual, mis sentimientos no servirán de mucho cuando quiera resolver la jugada y satisfacer sus impulsos retorcidos.
Soy su motivación, su frustración y su pulsión al mismo tiempo. Supongo que, a estas alturas, debería resignarme.
Pero mi madre me decía que no sé quedarme quieta, y nunca me gustó llevarle la contraria. Desde hace un rato guardo en el puño un cable pelado que he arrancado de la pared. Me aferro a él como el cabo que mi padre me lanzó cuando me caí de su barco de pesca con seis años. Mi pequeño cuerpo se encontraba demasiado cansado para continuar chapoteando en medio de la oscuridad del océano y tuve mucho miedo, porque a pesar de que el mar era el modo de vida de la familia, no me gustaba. Las negras profundidades escondían miles de criaturas horribles que mi cerebro se empeñaba en imaginar, y todas querían comerme. Ni siquiera los brazos protectores de mi padre, que me estrujaron al subirme a bordo, fueron capaces de impedir que, años después, me marchara al interior a estudiar la carrera.
Qué estúpida fui al pensar que eso me salvaría, porque también hay monstruos de secano. Y al final uno me ha alcanzado.
Estoy tan cansada que me supone un suplicio el simple hecho de sostener el cable y evitar tocar el cobre. Él parece escuchar ni lamento silencioso y se acerca. Me mira desde arriba, una posición de poder que mantiene unos segundos de forma deliberada. Al muy cabrón le encanta.
Por fin se arrodilla, me toca, el roce de sus dedos en la cara me produce repulsión, pero las pocas fuerzas que me quedan deben reservarse para algo más importante que un gesto de desagrado. Permanezco inmóvil. Continúa acariciándome con una mano mientras con la otra agarra el cuchillo con el que ha atravesado mi cuerpo.
Dejo caer el cable sobre el charco. Oleadas de dolor agudo hacen palidecer el anterior. Una sacudida, dos, tres, cuatro, cinco…
Mantengo la consciencia el tiempo suficiente para ver cómo se electrocuta a mi lado.
A.G. Novak
Finalista Mad Terror Fest 2023