El comienzo

Sucedió en una tarde de otoño, carece de interés el día exacto, ¿a quién puede importarle en una buena historia?

Apenas eran las seis de la tarde, pero la noche ya había caído sobre el cerro. Con las pocas pertenencias que llevaban pesando en sus manos, miraron la casa con cierta aprensión mientras un viento helado, sin misericordia ni obstáculo, arañaba la piel de sus rostros. Las recién llegadas reconocieron en silencio que la promesa de una nueva aventura las había llevado hasta allí sin apenas pensar en las implicaciones.

La primera en cruzar el umbral fue Ana G, la publicista experta en marketing literario, quien se encargó de alquilar el peculiar inmueble al no menos peculiar tipo de la inmobiliaria del pueblo.  El impulso inicial flaqueó al plantar los pies en el recibidor y respirar el oxígeno viciado de aquel lugar, pero evitó pensar demasiado y se obligó a explorar los rincones llenos de grietas y rumores.

Tras ella se aventuró Mar, correctora y traductora. Contagiada por el ansia de descubrimiento no se paró a admirar la entrada, ni abrazó la seguridad de ir detrás de la pionera. En lugar de eso caminó en dirección contraria hacia las habitaciones más iluminadas, donde el polvo acumulado se hacía más visible y susurraba notas agridulces a todo el que deseara escuchar.

Trini, criminóloga especialista en psicología criminal, se subió el cuello del abrigo y toleró unos segundos más el aire molesto antes de dar el primer paso mientras observaba la fachada de aquel extraño lugar, atrayente y espeluznante al mismo tiempo. Las voces de las que ya se encontraban dentro la empujaron a seguir sus pisadas sobre la grava de la entrada. Unos segundos después se animó a traspasar la puerta a pesar de intuir que sus compañeras no eran las únicas que la esperaban en el interior.

Media hora después de su llegada el fuego de la enorme chimenea había logrado disipar el velo de rigidez que amenazaba con entorpecer las intenciones. Por fin empezaban a relajarse. Pero un ruido proveniente del piso superior hizo regresar de golpe la tensión acumulada. Las tres se miraron sin decir nada, retándose en silencio. Ana G se levantó del sillón y, luchando contra su propio miedo, subió las escaleras seguida de cerca por Mar y Trini.

En el segundo piso tan solo había una habitación parapetada tras una puerta blindada, que contrastaba con la herrumbre y el abandono que lo dominaba todo. El trío se acercó para ver de cerca que la manilla tenía una cerradura de combinación electrónica. De pronto, un chillido agudo las sobresaltó. Lo que fuera que estuviera allí dentro era consciente de su presencia y los ruidos se hicieron más acusados. Las tres retrocedieron asustadas, sabían que no podían quedarse allí sin descubrir lo que esa habitación escondía. Pero solo Ana C, especialista en ciberseguridad, sería capaz de abrir esa condenada puerta.

Y se estaba retrasando.

Un canturreo despreocupado procedente de la entrada principal las distrajo de los ruidos amortiguados de la habitación cerrada. La cuarta de la reunión por fin había llegado. Alertada por las otras, subió las escaleras de dos en dos y en cuanto se puso delante de la puerta sintió el conocido gusanillo: iba a encarar un reto de lo más interesante. Se sentó en el suelo con el portátil en el regazo y comenzó a trastear, ignorando la impaciencia velada de las otras. 

El cuarteto miró la puerta con cierta aprensión cuando, apenas unos minutos después, el sistema cedió. Una cosa era saber que ya podían entrar y otra muy distinta hacerlo. Con prudencia, Ana G empujó la pesada hoja con el pie. Se abrió tan despacio que Mar estuvo tentada de darle una patada.

Una enorme hembra de cuervo clavó sus grandes ojos negros en ellas cuando la puerta golpeó la pared de la izquierda. Permaneció impasible encima de su nido, formado por una gran pila de libros antiguos. La ventana de la pequeña estancia estaba rota y permitía que el viento inclemente entrara en oleadas que, a pesar de su violencia, no eran capaces de mover una sola hoja de los valiosos ejemplares.

Ella los estaba protegiendo.

En ese momento, las cuatro mujeres supieron que se encontraban en el lugar apropiado.

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